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domingo, 7 de noviembre de 2010

OFICIOS ANTIGUOS. EL ADOBERO.

EL ADOBERO

Un adobe es una masa de barro, generalmente mezclado con paja, de forma rectangular y secada al aire y al sol. No alcanza la categoría de ladrillo, pues éste tiene una mayor duración y superior categoría pro haber sido cocido en horno de fuego.
El adobero es el que hace adobes.
La adobera es el molde que se utiliza para hacer los adobes. Es también el lugar en el que se hacen los adobes y de donde se obtiene la materia prima.
El ayuntamiento autorizaba el aprovechamiento de la adobera; por ello, el adobero, al obtener la materia prima de forma gratuita, cobraba solamente el trabajo. La adobera debía ofrecer una tierra compacta y arcillosa y tener cercano algún manantial o fuente.

El adobero arrancaba la tierra que posteriormente cribaba en una red de mimbre o, posteriormente, de alambre. Así se eliminaban las piedrezuelas, raíces, caracoles secos u cualquier otro elemento que dañase el producto final. A continuación, con un mazo de madera molía la tierra para deshacer los terroncillos, pues la homogeneidad de la masa era imprescindible. Tras estas labores, remojaba el montón y lo cubría con paja, forzosamente trillada, pues la que sólo había sido pisada por el ganado mantenía una largura inconveniente.
Pasadas varias horas, en las que la escasa agua había ocupado la porosidad de la tierra, el adobero acometía la cuidadosa y dura faena de amasar el barro, cosa que solía hacer con los pies desnudos hasta conseguir un batido homogéneo y manejable. Tras amontonarlo con cuidado podía comenzar la fabricación, para lo que necesitaba la adobera; era un instrumento de madera, rectangular y con unas aletas en las dos tablas mayores para poder levantar el molde con las dos manos. Había adoberas dobles, es decir, en las que se podían moldear dos adobes al mismo tiempo. Con rapidez, el adobero esparcía en el suelo un puñado de paja y con ojo exacto cortaba con la pala la masa suficiente para llenar el molde; lo apretaba bien con la talocha o con las manos y con éstas mojadas suavizaba la superficie tras haber retirado la masa sobrante con el rasero. Finalmente, alzaba la adobera y el adobe quedaba en el sitio por espacio de ocho o diez días.
Cada día y con cuidado el adobero lo cambiaba de posición para que el aire y el sol lo fuera secando por todas sus partes. Cuando esto había sucedido, los adobes se apilaban en forma de pared piramidal para favorecer que la posible lluvia resbalara por la superficie sin dañar las piezas.
El secado obligaba a preferir la fabricación de adobes en primavera y otoño; no se recomendaba el invierno por las heladas, ni el verano por el excesivo calor.
El adobe seco solía pesar 8 kilos. En obra había que tener en cuenta su merma natural, que era aproximadamente de un 15 % en la altura.
Un adobero, allá por los años 50, podía hacer unos 300 adobes al día por los que recibía 30 céntimos de peseta por pieza, secos y apilados. Por tanto, podía sacar al día la increíble cantidad, entonces, de 90 pesetas. Lo que no se valoraba era la solina, el deslome general y el reumatismo de pies y de piernas.

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