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martes, 16 de noviembre de 2010

ORIGEN DE LA NOBLEZA.

Para establecer el origen de la nobleza hispana, cuya posterioridad ha llegado hasta nuestros días, y entender el papel jugado por ella desde entonces, es obligo remontarse al siglo XI. En aquél tiempo, la corte era itinerante, constituyéndose allí donde el rey se encontraba, y se formaba por los caballeros que le acompañaban y que compartían un idéntico sistema de valores. Y todos, por igual, participaban de privilegios jurídicos y sociales, salvando las especificidades propias de cada uno de los territorios sobre los que se irían consolidando los incipientes condados y reinos cristianos peninsulares. Situar en el siglo XI el origen de la nobleza titulada actual no significa que se desdeñe el papel desempeñado, en los siglos anteriores, por los équites (ciudadano romano perteneciente a una clase intermedia entre los patricios y los plebeyos y que servía en el ejército a caballo), los pretores, los cuestores, los tribunos de la plebe o militares y los patricios (clase social romana privilegiada) de la provincia romana de Hispania, muchos de ellos nacidos en la península y que ejercieron su poder, dominio y propiedad sobre sus tierras; tampoco, que se ignore el trascendental papel que representaron los nobles visigodos, de sangre o de gobierno, que convirtieron la provincia romana en un estado independiente y que eligieron la monarquía como su forma de gobierno. Ellos, los romanos y los visigodos, son los precursores de dicha nobleza.

Con el inicio de la Reconquista, comenzaron a constituirse, por agregación sucesiva de las tierras conquistadas, los primeros núcleos de los reinos peninsulares, feudos que fueron regidos por los primeros vasallos de las coronas hispanas, hombres poderosos, caballeros que con el tiempo se les empezó a conocer bajo la denominación genérica de ricohombres. Esta alta nobleza peninsular siempre estuvo formada por un escaso número de caballeros, cuyas descendencias acabarían consolidando las grandes estirpes de la plenitud medieval.

Desde antiguo los ricohombres, tuvieron las mercedes de pendón y caldera. La primera de esas mercedes, constituía el privilegio a partir del cual les estaba permitido a estos caballeros agrupar a los vasallos sobre los que ejercían potestad jurisdiccional y alistar levas guerreras para formar sus propios ejércitos y conducirles a la guerra. La segunda, probaba las riquezas suficientes para proveer al sostenimiento de los que estaban bajo el pendón levantado por el señor mesnadero. Ambas mercedes constituyen la concreción del caudillaje, necesario y emergente en las situaciones belicosas y el patriarcado, como imprescindible para asumir la responsabilidad de resolver las contiendas en una sociedad en tiempos de paz.

Esos señores, conocidos y considerados, no sólo por su poderío particular, sino por el de los reinos de los que eran vasallos directos, constituyendo su primera nobleza, fueron la clase rectora y dominante de los mismos, al monopolizar los cargos relevantes de la administración, en la corte del reino peninsular al que pertenecían. A cambio, se les exigía

1. nobleza de linaje.

2. calidad en sus actos y comportamientos.

3. lealtad al rey.

4. energía para comportarse como esforzados paladines cristianos.

Los ricohombres, tendieron siempre a ampliar el ámbito de su influencia con el fin de fortalecer sus patrimonios y consolidar mejor sus posiciones, constituyendo el grupo social dominante en los reinos de Castilla y de León. Así, entre sus linajes más destacados, se encontraron Lara, Castro, Haro, Guzmán y Villamayor, como los más destacados; estos se consideraban, desde los tiempos más remotos, los primeros linajes del reino, y estaban estrechamente enlazados entre sí por múltiples lazos familiares, por lo que sus estirpes se preciaban de tener un origen, a veces, más noble y antiguo que el de las propias dinastías que ocupaban la cabeza de los reinos hispánicos. En muchos casos, establecían entre ellos, los llamados pactos de homenaje, mediante los cuales definían mutuos amigos y enemigos mutuos. Un ejemplo de esto último, acaecido en el siglo XIII, conocido como confederación de los Meneses, fue realizado por dos Alfonso Téllez, hermanos de sangre, al ser ambos hijos de Alfonso Téllez, en sus dos matrimonios, primero con Elvira Girón y luego, viudo, con Teresa Sánchez; ambos confederados eran nietos de Tello Pérez, I señor del castillo de Malagón, I señor de Meneses. El compromiso de su confederación decía: Pleyro omenage de ayudarse el uno al otro contra todos los hombres del mundo: fuera [...] de su señor y sus hermanos y sus primos cormanos don Gutierre y don Suero, hijos de don Suer Téllez su tío: so pena de traydores como quien trae Castillo o mata señor.

Muy pronto empezaron a consolidarse los grandes linajes nobiliarios, que por mucho que se reputaban como muy antiguos, en su mayoría, tenían su origen no más allá del siglo XIII. Todos los poseedores de título nobiliario disponían, en diverso grado, de un gran poder territorial, como titulares de grandes señoríos, y de una posición social preeminente. Se trataba, obviamente, de un sector muy minoritario, en posesión de grandes medios de fortuna.

Junto a la alta nobleza, y dada la necesidad de estructurarse que tiene la sociedad en clases, que asumieran en ella diferentes responsabilidades, hasta llegar al pueblo llano, se fue consolidando otra nobleza de rango inferior, que fue consolidando una nobleza mediana y otra baja, constituidas a su vez en diferentes categorías, que en términos generales puede clasificarse de menor a mayor en:

1. Caballeros en situaciones pre-nobiliarias próximos a alcanzar el reconocimiento como nobles de pleno derecho, aunque su posición era aún intermedia entre el estado noble y el plebeyo,

2. Caballeros ciudadanos, miembros de las oligarquías políticas de las principales ciudades,

3. Caballeros de hábito de órdenes militares, integrantes de estas antiguas instituciones de origen medieval, fundadas con la finalidad de conquistar espacios a los musulmanes y que habían recibido a cambio el señorío sobre amplios territorios, que dividían para el disfrute de sus tierras en encomiendas. Aunque la corona terminó haciéndose con el control de los maestrazgos, de las principales ordenes militares castellanas, Santiago, Calatrava, Alcántara, en la persona de Fernando de Trastámara, II de Aragón, V de Castilla el Católico, subordinándolas económica y políticamente a los intereses de la corona, no hay duda de que estas siguieron manteniendo un gran poder territorial y actuaron como certificadoras de status nobiliario para sus miembros.

4. Hidalgos, nobles sin título que abundaban en el medio rural y que disponían por, lo general de limitados medios de fortuna, aunque disfrutaban por completo de los privilegios del estamento, existía una pléyade de pequeños nobles conocidos como hidalgos, que alcanzaba casi un 10% de la población. Su distribución territorial, no era uniforme, existiendo contrastes regionales. Así, mientras en los incipientes reinos de Asturias y Navarra, en los que algunas villas mantenían el privilegio de la hidalguía para todos sus vecinos, en los nuevos territorios reconquistados en Andalucía, existían menos nobles, aunque estos tenían por lo general más rango y poder. A finales del siglo XVI, se cifraba en 133.000 familias las que gozaban, en el reino de Castilla, del privilegio de hidalguía.


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